viernes, 27 de octubre de 2017

SALINA CRUZ: HISTORIAS QUE SE VAN CON LA DEMOLICIÓN

José Noé Mijangos Cruz



Hace una semana fue demolida la casa de mis padres en Salina Cruz. Fue el saldo del terremoto que azotó el Istmo de Tehuantepec el pasado 7 de septiembre. Mi madre falleció un mes antes. Ella se fue como contando 30 días antes de ese evento natural que nos marcó para siempre. La planta baja recibió todo el daño estructural. Dos plantas más le sobresalían a esa casa donde transcurrieron encuentros que ahora nos recuerdan el esfuerzo de mis padres para obtenerla. El día de su derribo, mi padre se agarró estoicamente de su integridad para soportar los días de gloria que le ciñeron a esa casa su destino inusitado. Nadie hubiera pensado que terminaría así ese bien preciado para la familia.

Todo cobra sentido, ahora. Su demolición tuvo que ser en octubre, fecha que pertenece a esta familia como signo distintivo. Hace algunas décadas nace su primogénita y mis padres arrancaron su idílica vida en una fecha exacta al nacimiento de quien encabezaría su prole: 2 días después de su demolición. Mi madre, de vivir, no resistiría la tentación de encomendarle los escombros a sus seres divinos, esos seres que pertenecieron a su vida indígena. Hablaría su lengua, idioma que sólo interpretaría mi padre; vedado para el resto de su familia. Nunca nos enseñó el chontal y ahora nosotros pagamos la factura de la desindianización.



Por la parte externa, esa casa tenía una escalera de caracol, desde donde a ratos deslizaba en segundos mi humanidad por entre sus peldaños. Esa travesura era el terror de mis amigos de secundaria que no lograban superar el vértigo que traía aparejado el maniobrar a la altura de un tercer piso. Esa casa nos ceñía a la vida como sus aventuras contadas. La vista desde la azotea del tercer piso era magnífica. El mar se captaba con nitidez. Esa casa se encontraba a escasos metros del malecón. De seguir en línea recta hacia el mar, llegaría al muelle pesquero, travesía que de niño realicé en algunas celebraciones del Día de la Marina. La dársena podría contarse en sus partes seccionadas desde la magnificencia con que nos complacía la altura de la casa de mis padres. El astillero a la derecha. Frente a él, el muelle que atracaba barcos petroleros, para terminar el recorrido de la dársena con el muelle fiscal. En algunas ocasiones desde la azotea de esa casa, siendo un escolar en transición de la primaria a la secundaria, pretendí saludar a mi papá que maniobraba en el muelle petrolero. Lo recordaba de una foto, parado sobre el muelle, viendo cómo se las arreglaban sus operarios en un buque tanque petrolero.

A mi madre la capté más de una vez en la cocina de la planta intermedia de aquella casa derruida, dominando las legumbres o sentada frente a la tele. Hasta los últimos días, la televisión la apasionaba por las tardes. Tardes de pan de su pueblo y amplias tazas de café. Su risa o su cara expectante no la puedo olvidar. Al pie de esa casa la celebración de su virgen mágica nos recordaba que ya estábamos en diciembre. Fiel a esa celebración esa casa retumbaba con los sones que orquestas le rindieron como honor durante el “baile velorio”, todos los años. La virgen de Guadalupe fue su pasión. La capilla que ahí existe para celebrarla, es un afán inquebrantable de mi madre por no olvidarla nunca. Su campana la despidió aquél 9 de agosto. En vida, ella mandaba avisar con los campaneros asignados (uno de ellos es mi papá) en toque de responso que había un fallecimiento en el perímetro.



Los nietos albergaron esa casa como propietarios natos. Decían que era su casa y que no habría poder humano que los pudiera relevar del cargo. Conocían cada escondrijo para pasar inadvertidos. Corrían sobre sus confines con precisión. Sus pies eran una suerte de dios Argos y su gracilidad una suerte de poder ubicuo. Hace unos días recordamos a uno de ellos, que de vivir, hubiera cumplido el 21 de octubre 34 años.

La habité por última vez de 2002 a 2004. Mi habitación en el tercer piso miraba hacia el cerro próximo. Cerro cuyo cimiento de piedra no dañó casas. Esos benditos cerros salvaron a Salina Cruz. Vivir en las zonas bajas fue donde se rescoldó el efecto del sismo de magnitud inusual en la zona. La casa de mis padres fue seleccionada para perecer, si a alcances tiránicos de la madre tierra nos atenemos. Ya no existe más. Fue el pensamiento grande de mi padre que hace unos días en un restaurante me contó desgarradoramente: “debí hacerle caso a tu mamá, no debí insistir en que se levantara un tercer piso”.


Twitter: @JNMIJANGOS

(Publicado en El Universal http://www.eluniversal.com.mx/columna/noe-mijangos/nacion/salina-cruz-historias-que-se-van-con-la-demolicion y en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 27/10/2017, p. 7A)

miércoles, 18 de octubre de 2017

DESGRACIA AJENA Y SU CONSUMO EN ZONA DE DESASTRE

José Noé Mijangos Cruz

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Twitter SEDATU

Una proporción de gente del Istmo de Tehuantepec radicada en varios puntos del país e istmeños agenciados en este perímetro, se constituyen como avales de terceros interesados que ofrecen un sinfín de productos y servicios para ayudar a sus paisanos (con esa intención se propaga). Pulula un sinnúmero de ofertas de empleos (explotación programada), incentivos para el emprendedurismo (usted da el dinero, le hacemos llegar la cena a una familia en desgracia y yo lo administro) o la típica dádiva de la despensa electorera. Todo esto con la actuación complaciente de autoridades que a algunos voluntarios les retiene la carga y a otros, en cambio, le otorga salvoconductos para hacerse de un lucimiento personal tras la necesidad consumista de los informes impropios que vaticinan mayores catástrofes para los habitantes de la zona.

“Ellos se conforman ahorita con todo…”, reza la conmiseración mercenaria que lucra con la pobreza preconcebida para endilgarles su afán de esfuerzo inútil y destino manifiesto de miseria ancestral. Nada será mayor que la utilidad de renacer de entre los escombros, mientras permita renacer a trasnochados profesionales del arte, la cultura, la política y el empresariado. Deslucidos y faltos de gracia, de fama y de inversiones, presuntos voluntarios acechan el cráneo famélico a punto de doblegarse sedientos de su lastimera y acomodaticia actitud servil. Servirles a los recién llegados, se ha convertido en la desgracia detrás de la desgracia. Ahora una delegación extranjera que en vez de mandar su fuerza productiva hecha tecnología, envía personal médico que hay que sostener en esta situación agobiante para la economía local. Mañana una caravana artística que dejó su fama en la utilería y la tramoya, que espera ser reivindicada por supuestos actos píos. En otra ocasión voluntarios que al tener la aplicación sismológica en sus dispositivos, no dejó dormir en los campamentos a los damnificados, pues cada cinco minutos habría que replegarse a áreas dispuestas por ellos. Pasando por psicólogos que desean despuntar aumentando el pánico para este consumo profesional. Hasta saltimbanquis que se roban el corazón del público en sus actos, así como el plato en la mesa.

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Ser agradecido no debería ser sinónimo de mayor esfuerzo que el que ya de manera infrahumana se padece. Quien venga a servirse de la desgracia istmeña, debería ser tratado con un agradecimiento magro, al alcance de un “circúlele”, “usted allá y yo acá”, “yo me muevo para no salir en la foto”, “si usted necesita evidencias fotográficas, de video, yo necesito tranquilidad”. En eso se escudan las metrópolis: la estatura ciudadana la crean las ciudades. La provincia, ¿cuándo detentará su resistencia autonómica?

Al Istmo de Tehuantepec, artistas plásticos de fama supina le quieren vender supuestas obras de arte para que lo recaudado se done a los damnificados. Comerciantes de prendas autóctonas, tienen a presuntas tejedoras, bordadoras y artesanas de la confección para ayudar a proliferar la economía local, no obstante el volumen disparado en últimas fechas de desconocidos en ese rubro económico que se aprovechan de la desgracia para generar competencia desleal a quien sí lo venía ejerciendo desde antes del terremoto del 7 de septiembre. Es la hora de desembodegar la mercancía, crear una necesidad cualquiera y hacerla pasar por un precio tasado de acuerdo con la desgracia: “ellos (los damnificados) te necesitan”, “no te niegues a colaborar”, “esta es tu oportunidad”.

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Los aspectos mercadológicos inundan el espacio vital del habitante promedio del Istmo de Tehuantepec. Arquitectos e ingenieros civiles lucran con una vivienda increíble en la virtualidad y disfuncional ante la actividad sísmica. Habría que leer entre líneas las casas fastuosas que ya se han demolido en la zona de La Riviera de Juchitán de Zaragoza. Su reducción a escombros y después a espacios huecos, hace elucubrar que su altivez estética no necesariamente ha vendido su solidez arquitectónica. El profesorado que se alquila en instituciones privadas, se encuentra sin ingresos, pues los propietarios les tiran la bolita a los padres de familia que piensan que pagar la colegiatura del mes de septiembre es inaudito, hasta el adjudicarle al docente el costo de la reparación que representan sus propios intereses patrimoniales.


Twitter: @JNMIJANGOS

(Publicado en El Universal http://www.eluniversal.com.mx/articulo/noe-mijangos/nacion/desgracia-ajena-y-su-consumo-en-zona-de-desastre y en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 18/10/2017, p. 6A)